OPINIÓN // Por Mario Mora
Comienza el 2017 y parece que podemos celebrar un nuevo debate en el mundo de la música clásica. Éste es bastante sencillo: Dudamel sí, o Dudamel no. Le ha faltado poco al joven director venezolano para exponerse ante el concierto más mediático del año, el de Año Nuevo con la FIlarmónica de Viena, y ser la diana de halagos y críticas.
El público parece apreciar la frescura, la elegancia, la gestualidad natural y ese modo de dirigir atractivo, activo, sin excesivas grandilocuencias pero con gran autoridad. Esa batuta de un Dudamel que ha dado la vuelta al mundo y que, con 35 años, ha roto todas las marcas y récords.
Pero muchas de las críticas parecen no coincidir con este gusto del público general. ¿Cuál es el problema de Gustavo Dudamel? Para unos, su carácter latino que quizá pueda no encajar bien con la tradición cerrada de los filarmónicos vieneses. Para otros, no es más que un oportunista que ha sabido estar ahí. Otros piensan que el joven director ha abandonado la pureza para darse más al espectáculo – aunque ciertamente esa faceta no pudo reprochársele en el concierto de año nuevo. Pero esos vídeos del Mambo de Bernstein, o el Danzón de Márquez con orquestas coloridas y bailongas parece que no ha caído bien en algunos individuos anclados en el pasado de la música.
Para otros el problema es su cercanía al régimen chavista. Un régimen que Dudamel nunca ha defendido verbalmente, aunque sí es verdad que tampoco lo ha rechazado, e incluso se le puede “acusar” de participar en conciertos organizados por el estado. ¿Pero eso es excusa suficiente para rechazar a un director revolucionario?
Que no os engañen. El problema de Dudamel es simple: es que es joven y muy bueno. Y eso a veces es incomprensible desde las gafas del que lleva 50 años en el mundo de la música clásica y tiene miedo que otros derrumben lo que quizá ya está un poco por los suelos. Dudamel, hasta ahora, lo único que ha hecho ha sido dar frescura, talento y calidad a la cultura musical. ¡Y que siga por muchos años!