OPINIÓN – Por Mario Mora
Hubo tormenta en España. El tifón Currentzis pasó por el Auditorio Nacional de Música de Madrid y dejó a público y críticos tiritando, sin saber aún de dónde salieron aquellos sonidos afilados que dejaron a todos desconcertados.
Fue el pasado miércoles. Yo no pude ir; no estaba en Madrid, pero no dejo de arrepentirme. Las conversaciones y los debates en los corrillos del auditorio debieron ser parecidos a aquellos que hubo en su momento con la llegada de artistas como Glenn Gould o Friedrich Gulda: ese eterno desacuerdo entre el purista sobresaltado y el innovador emocionado.
Teodor Currentzis no llega a los 50, y se ha creado la fama a base de transgredir los límites de la tradición, si es que los hubiese. El documental Currentzis, el niño terrible, muestra de maravilla la extravagancia de un artista al que odias y amas al mismo tiempo.
Y eso es lo que les pasó en Madrid a muchos. No suelo leer críticas de conciertos, pues me parece algo cada vez más anacrónico; pero esta vez no pude resistirme. “Currentzis Ibermúsica”, escribí en Google, lo que fue suficiente para encontrarme con las impresiones contradictorias de los críticos, entre ellos e incluso consigo mismos. Algunas de estas críticas rezuman una especie de placer en el pecado, algo comparable a saber que estás disfrutando de algo que no debería gustarte.
¿Y no es fantástico?
«Ya, pero es que la Cuarta de Mahler debería ser algo más bucólica, más vienesa…»
escribe algún crítico. Bueno, pero es que resulta que la Cuarta de Mahler se llamó en un primer momento ‘Humorística’, y es uno de los mayores sarcasmos de la música de este compositor. ¿De verdad el sarcasmo tiene barreras?
“Ya, pero es que no había legato, era todo demasiado staccato…”.
Sabiendo lo rudo que era Mahler con los periodistas, me habría encantado ver cómo habría respondido a esa crítica tan banal.
La música clásica está viva gracias a las grandes leyendas, pero sobre todo gracias a esta primera línea de batalla de artistas valientes que no dejan que la gente salga de un concierto medio en silencio, diciendo: «qué bonito”.
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