OPINIÓN // Por Mario Mora

Sábado por la mañana. Con la tranquilidad de las primeras horas del fin de semana y acompañado de café y tostadas, me regocijo en tener por fin algo de tiempo para disfrutar de lo que nos esté ofreciendo la OCRTVE en Los Conciertos de la 2.

Enciendo el televisor y suena ya iniciada la Quinta de Tchaikovsky. “Qué suerte”, pienso, pues hay pocas músicas mejores para iniciar la mañana. Según pasan los segundos, el estado complacido que me inundaba empieza a arrugarse, como lo hace la tostada en el calor del café. Hay algo raro en lo que estoy viendo.

Rápidamente me di cuenta de que aquello no era el Teatro Monumental (que está actualmente en obras… o en proyecto de obras… o en proyecto de proyecto de obras, no está muy claro), y que era uno de los otros escenarios elegidos por la orquesta para ejecutar su temporada: el Teatro MIRA de Pozuelo. No he estado en él, y no puedo decir si suena bien o mal, pero sin duda es uno de los teatros menos fotogénicos que he visto en la tele jamás.

De la iluminación cinematográfica del Monumental y los planos bien encajados, a un gris que inunda la imagen en planos con obstáculos de instrumentos y cabezas que nunca dejan centrarse al espectador en lo que está sonando.

Tardé más de cinco minutos en descubrir que el director es mi admirado Oliver Díaz, tiempo eterno en el que ningún plano había mostrado todavía un solo gesto del maestro. En ese momento descubro que el director y la orquesta están a muchos metros (en la tele parecen kilómetros) del público, dejando un espacio amplísimo de escenario sin ocupar y provocando una total desconexión de música y público.

Entre una lluvia de pensamientos, sensaciones y cuestionando ese homenaje al feísmo, me doy cuenta de que ya está sonando el valse (3er movimiento). Ni idea de lo que ha pasado en el Andante, estaba demasiado despistado como para que mis oídos prestasen atención. Cuando recupero esa atención, la música me suena muerta. Tosca, seca, opaca, sin expresión, o con la misma que tienen casi todos los músicos de la orquesta, centrados en su atril para no perder ni una de las notas impresas en la partitura.

Creo sinceramente que mi incomodidad presenciando aquello no es nada comparada con la incomodidad que están sufriendo los que allí están trabajando. Ya no solo los músicos, si no también los técnicos, los cámaras, los responsables de sonido y de luz o el realizador. La retransmisión no funciona por ningún lado, y eso llega a través de la pantalla con demasiada transparencia.

¿Y si aquella fuese la primera vez que alguien conectaba con estos momentos musicales televisivos? Es muy probable que cambiase de canal, yo también lo hice. Podemos continuar reivindicando música clásica en prime time, pero seguimos sin tener material suficiente para igualar las retransmisiones  de cualquier otro país que mime su cultura.

Mi máximo respeto a los trabajadores que la llevaban a cabo, porque en este caso el motivo del desastre para ser solo uno: el cambio continuo de teatro. Monumental, ¡la tele te echa de menos!

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