OPINIÓN | Aarón Zapico
Pasan los días y cada vez es más frecuente encontrarse con anuncios, más o menos oficiales, con mayor o menor vehemencia, que animan a un consumo local una vez se vaya relajando este confinamiento. A gastar el dinero en nuestro entorno próximo. Al comercio de barrio, vaya. Algo que es de sentido común y que ya estamos practicando en esa compra semanal que es un oasis. Algo que no debería ni tener que recordarse. Porque, ¿a quién se le va a ocurrir coger el coche para tomar un café o comprar un libro a kilómetros de su casa? Nos lo recuerdan con lógica desesperación los libreros, la zapatería o el café al lado: están resistiendo y nos esperan cuando todo esto acabe. Tienen fe en nosotros. Que cuenten conmigo en la medida de mis posibilidades, claro que sí. Hay que hacer comunidad y ayudarse los unos a los otros.
Y a los músicos clásicos, sobre todo a los del sector más antiguo, se nos ha ocurrido comenzar a pedir tímidamente lo mismo: que nos contraten. Que nos apoyen, protejan y promocionen más que antes y en cuanto todo esto acabe. Incluso, ya envalentonados, a señalar determinadas prácticas abusivas y humillantes que llevan instaladas años en el sector. Qué años: décadas. Prácticas que nos relegan a lo anecdótico. A cubrir el expediente sepultados por una tromba de apellidos extranjeros.
Una reclamación justa, proporcionada y de sentido común. Como lo del comercio de barrio.
Pues resulta que hay gente que no lo entiende. O que no lo quiere entender. Que si es desprecio a lo extranjero, que menuda estrechez de miras, que la música está por encima de nacionalidades, que así podréis tocar solo para la familia. Que nos callemos. Que volvamos al balcón. A la anécdota y a la media sonrisa.
Subvencionados. Privilegiados. Egoístas.
Es verdad que son los menos, sí. Pero hacen un ruido ensordecedor y profundamente dañino. Es, simple y llanamente, injusto. Apoyar a nuestros músicos, bailarines, actores y acróbatas, como a camareros, cocineros, carniceros, fruteros o a todo aquel que esté a nuestro alrededor es de sentido común. Es nuestro deber como sociedad y la única manera de recuperarnos de esta tragedia.
Contratar a músicos españoles forma parte de ese mismo sentido común. ¿Por qué? Aquí van 10 razones. Seguro que podrían ser más:
1 – porque su preparación y nivel es semejante al de las grandes potencias musicales
2 – porque el sector de la música clásica en España es una industria cultural de primer orden que genera trabajo y a la que, como cualquier otra, es necesario cuidar, promocionar y proteger
3 – porque es un activo muy importante de la Marca España y su visibilización exterior
4 – porque la presencia regular de solistas y conjuntos españoles en las programaciones revierte de manera directa en la calidad de la enseñanza musical, su difusión, promoción e interpretación
5 – porque contribuye al fortalecimiento de un tejido industrial paralelo y al propio significado y objetivos de los centros de enseñanza
6 – porque durante las últimas décadas se ha negado de manera injusta y humillante la presencia de artistas españoles en las principales salas y con el gran repertorio e, incluso, un espacio propio en los medios generalistas
7 – porque es necesario un modelo cercano, tangible y accesible para nuestra sociedad y, sobre todo, para los más jóvenes
8 – porque la implicación con el entorno y el ecosistema que les rodea es mayor, más consciente y responsable
9 – porque debemos actuar con sentido de responsabilidad y reformular un equilibrio que ha sido inestable durante las últimas décadas
10 – porque contratar a un artista español no es signo de desprecio ni implica veto alguno a los artistas de otros países