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Por Mario Mora
Este fin de semana hemos ración de fútbol con la final de la Champions League. (“¿Y qué? Estamos en Clásica FM”). Ya, pero en Clásica FM defendemos que haya música, que se disfrute de la música, y que la música esté en todos los sitios posibles. Y allí, en ese espectáculo previo de la final, ¿qué había? Música. Música de los himnos de los equipos, música del himno de la competición, música en directo de artistas comerciales o de otros como Two Cellos. La música como eje del evento, como fundamento principal de aquello que quiere remarcarse como algo único y especial.
Pero no hace falta quedarse ahí. En las celebraciones deportivas, música; en las celebraciones religiosas, música; en los anuncios, música; en los bares, música; en las tiendas, música; en el sonido de un teléfono, música; en nuestras series y películas favoritas, música; en las líneas de espera, música; en el hall de un hotel, música. Música con sus compositores, arreglistas, intérpretes. En la peluquería, en la radio, en todos sitios, música.
Bueno, en todos sitios no. La música está en todas partes… menos en el sistema educativo. Parece mentira que esto que cuento sea algo tan obvio, tan vivido por todos día a día, tan evidente, que no se haga nada al respecto.
Políticos, responsables, consejeros, viceconsejeros, directores generales, por enésima vez: hagan algo. Con este escenario político de cambios tiene una oportunidad de oro. Hagan algo para que en el futuro esa música esté compuesta, interpretada, arreglada o brindada cada vez por más nombres de nuestro país. Copien a otros países, llenen las aulas de música, cambien el currículo, lo que sea, pero hagan algo ya. Porque de momento, la música está en todas partes… menos donde tiene que estar.