OPINIÓN // Por Mario Mora

María estudia Tercer Curso de Enseñanzas Artísticas Superiores de Piano. Esta mañana, como cada día, ha decidido ir a su conservatorio antes de comenzar sus clases para estudiar y ganar unas horas antes de que sea demasiado tarde. Tiene suerte, porque el centro abre a las 7 de la mañana y puede aprovechar el tiempo en esos días algo más cargados de asignaturas.

Después de acceder al edificio introduciendo en el identificador su carnet de estudiante, consulta en los ordenadores de la entrada del edificio las aulas disponibles. Comprueba que su aula favorita, situada al fondo de la segunda planta ya está ocupada por Juán, uno de sus mejores amigos. Pero no le importa, porque en esa planta están los mejores pianos, y aún quedan muchos espacios libres. Finalmente elige el aula 23; no es el Steinway moderno que le gusta, pero al menos es uno de la misma marca que está razonablemente bien.

Cuando llevaba una hora estudiando, Juan pasó a saludar a María. Viendo que ella estaba estudiando uno de los últimos conciertos para piano de Mozart, se ofreció a acompañarla tocando la reducción de orquesta para que sintiese la experiencia antes de que interpretase ese concierto con la Orquesta de su Ciudad – con la que el conservatorio tenía un acuerdo de colaboración. Todavía quedaban dos meses, pero a Juan le apetecía tocar junto a María y, tras ir a la biblioteca del centro y coger la partitura del concierto, volvió al aula, se sentó en el piano Kawai de cola adosado al Steinway y comenzaron a trabajar juntos.

Juan estudia Cuarto Curso y está en sus últimos meses en el conservatorio. Cuando llevaban ensayando algo más de media hora, tuvieron que hacer un receso de unos 10 minutos ya que el afinador realizaba su visita semanal a los pianos y necesitaba comprobar si hacía falta solucionar algún desajuste. En ese respiro, Juan y María subieron a la planta superior donde se encuentra la cafetería y la terraza. Juán le confesó a María su temor de cara al próximo año: el Departamento de Orientación le había recomendado preparar unas oposiciones que se preveían pronto, ya que a él le encanta enseñar, pero por otra parte el Departamento de Relaciones Internacionales había estudiado sus posibilidades y tenía interés en irse a Alemania a seguir estudiando. Durante aquella reflexión, María ha recibido un notificación en la App del Conservatorio: el piano ya está listo y pueden seguir ensayando.

Al mismo tiempo, vio al entrar en la aplicación móvil que ya estaba listo el certificado de estudios que solicitó ayer por Lúminus, el programa informático desde el que se gestionan todas las acciones del conservatorio. Juan se encabezó hacia el aula mientras María recogía el sobre en su casillero, pero como las aulas se abrían con huella digital y era María la que la había reservado, Juan tuvo que esperar a que ella llegase para entrar y seguir ensayando juntos.

A las 11 tuvieron que finalizar el ensayo, a pesar de lo bien que lo estaban pasando. María comenzaba sus clases y tenía que dirigirse al aula de análisis, esta semana les visitaba un profesor de otro centro experto en música de comienzos del S. XX. Juán por su parte se tomó un respiro antes de dirigirse al Taller de Competencias Musicales con el resto de sus compañeros de cuarto. Justo hoy le tocaba exponer su trabajo mensual, que había titulado “Dispositivos móviles: de un problema a una solución. Cómo sacar partido a las nuevas tecnologías en nuestro estudio diario”. ¡Aquello prometía!

 

Está bien, despertemos del sueño… Esta historia para ser verdadera debería estar ambientada en otro país. En España, por desgracia, el día a día de alumnos y profesores de conservatorios musicales se acercan más al ángulo opuesto de cada uno de los detalles aquí relatados.

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