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OPINIÓN – Con Mario Mora

Mucho se habla de los límites del humor, de dónde acaba el chiste y empieza la ofensa. Ríos de tinta han corrido para intentar cercar un terreno difícilmente acotable, cuya lucha ha ido a lo judicial, y cuyas soluciones son complejas.

Aún así, no son esos los límites que a mí me preocupan. Hay unos límites que sí deberíamos empezar a plantearnos; límites cuya frontera separa la esperanza de la humanidad del fin de los tiempos. Son los límites que se sobrepasan a diario en oídos engañados por modas, y que empiezan a torcer la rectitud que la sociedad había conseguido mantener durante siglos gracias al arte. Son los límites de la música.

No, malpensados, no voy a hablar de música de vanguardia. Mucho peor. Esta semana rebosaba de los auriculares de un chaval que viajaba al lado mío en el tren “la del taxi”. Una y otra vez, “yo la conocí en un taxi”. Imposible describir sus elementos musicales con palabras. Al rato, escuché en la radio, casi de casualidad, otra perla: las canciones de Afrojuice 195. Si la del taxi era de multa, éstas eran de cárcel.

De verdad que no quiero pecar de purista, pero aquello no era música. He escuchado música comercial, he ido a muchos bares, y me he divertido con muchos estilos, pero os aseguro que dentro del concepto de música que tenemos cualquier humano, esto se salía por cualquiera de las esquinas.

¿Por qué no se inventan un género nuevo para no manchar el terreno de la cultura? ¿Dónde están los límites de la música?

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