OPINIÓN // Por Mario Mora

En el poco tiempo que llevo atento a la actualidad musical para contártela cada semana en Clásica FM, ya son muchas las orquestas (y grandes agrupaciones en general) de las que hemos certificado su acta de… enfermedad, de momento, solo enfermedad. Actualmente, la Orquesta Ciudad de Granada, recientemente la Orquesta Sinfónica de Euskadi, o anteriormente la de Sevilla o la de Málaga. Por no hablar de las estrangulaciones económicas que algunas han tenido que hacer, como la de Galicia o la de Extremadura.

Está claro que incluir la música en el sistema público español podría ser una maravilla. Dinero público inyectado para dar trabajo a miles de músicos que pueden dedicar su vida a la bella tarea de la creación sonora en las orquestas españolas. Hay alrededor de 30 orquestas en España disfrutando de estas comodidades desde hace ya algunas décadas.

Pero está claro que, en muchos casos, no hemos sabido aprovechar el plato que nos han puesto delante. El peligro de estos negocios tan asegurados es la falta de ambición por demostrar unos resultados. En algunos casos, con tal de completar el calendario de conciertos ha sido suficiente; en otros, ni si quiera había que justificar un calendario.

El efecto dominó ha sido sencillo: la falta de necesidad de hacer un proyecto sostenible ha generado una falta de gestión imaginativa para enganchar a un público que pueda llenar el auditorio y devolver gran porcentaje del dinero en entradas vendidas. Ante la pasividad del gerente nos encontramos la pasividad de un público que ha ido durante muchos años abandonando su abono de la orquesta de su ciudad. Y claro, ¿cómo esa orquesta puede pagar a esos artistazos que vienen de cuánto más lejos mejor a un precio 3 veces mayor de lo que cobran en Alemania o en Inglaterra? La ecuación se cae por todos los lados. Por lo tanto, la pregunta es clara: ¿son las orquestas españolas sostenibles?

La respuesta parece obvia, pero la solución no se presenta sencilla.

Está claro que no podemos perder la oportunidad que se nos ha dado, porque España no está preparada para el funcionamiento de las orquestas privadas. Hay pocas de este tipo que funcionen de manera rentable. ¿La Film Symphony? Sí, pero con un repertorio acotado al cine. ¿Muchas orquestas con proyectos puntuales? Sí, pero no para dar al músico una estabilidad con 14 pagas anuales.

Otros modelos, por ejemplo, en Inglaterra o Estados Unidos, cuentan con centenares de mecenas que deciden dar parte de su patrimonio a su formación favorita en vez de perderlo en la declaración de la renta gracias a leyes de mecenazgo que lo permiten, cosa que de momento en España parece lejano.

Por lo tanto, ¿cuál es la solución? ¿Llenar los auditorios? ¿Bajar los cachés? ¿Mejorar la educación musical? ¿Inculcar un amor por la música a través de la comunicación? ¿Sponsors privados? Espero vuestras propuestas, porque es uno de los debates más complejos del mercado musical actual.

Lo que está claro es que hace falta un principio de activación para cambiar la situación en los años venideros. Pero ese activismo está muy lejos de la reivindicación actual más común: quejarse desde el sofá a través de twitter.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here