OPINIÓN. Por Mario Mora.
En una semana llena de noticias sobre cantantes (el fallecimiento de Jessye Norman o Marcello Giordani, la dimisión de Plácido Domingo…), me detengo en otro nombre de la lírica que, con menos focos sobre su figura, nos ha dejado declaraciones bastante directas y acusatorias, algo poco frecuente en el mundo de la música clásica. Es el barítono Juan Jesús Rodríguez quien, según se puede leer en la revista Codalario, acusa al Teatro Real y a su director, Joan Matabosch, de veto en las programaciones del mismo.
Yo personalmente no me atrevo a defenderle solo leyendo sus declaraciones, y más cuando Rodríguez ya ha sido noticia por algún otro enfrentamiento anterior, como lo fue con el Festival de Cámara de Isla Cristina. Es cierto que se muestra directamente asertivo, con una valentía que es de agradecer; pero cuando nos quejamos de una situación, quizá deberíamos evitar frases como “mi actuación ha cosechado un gran éxito” o afirmar de uno mismo que estar en un coliseo como el Teatro Real es algo que nos pertenece.
Pero quedémonos con el fondo del asunto. La denuncia de cómo directores de festivales y agencias se intercambian sus espacios por sus músicos, y de cómo la calidad musical no es muchas veces la razón para contratar a alguien.
Viene a mi mente el nombre, e incluso el rostro duro de más de uno cuando pienso en directores o gerentes que rebañan los fondos subvencionados de sus festivales para programar a cuatro conocidos, a ser posible uno de ellos familiar o pareja, y el resto, músicos que puedan ofrecer algo a cambio: una orquesta o un festival en el que el susodicho pueda después actuar, para que el win-win sea total.
Esto ocurre a diario, aunque gracias a Dios, no en una mayoría de casos. Pero ocurre, y quizá la voz valiente de Juan Jesús Rodríguez, que ya ha anunciado una serie de artículos donde va a desmantelar, con nombres y apellidos, algunas de estas tramas, pueda servir para limpiar (o ensuciar todavía más) la imagen de algunos festivales que se encuentran, sin duda, en sus peores momentos.
Ojalá algún día confiemos en la calidad. Ojalá no sean necesarios los trueques o los favores para completar los carteles de nuestras orquestas y festivales.