OPINIÓN | Mario Mora

La Filosofía está de suerte. Y con ella, todos los que amamos la música y las humanidades. El Congreso de los Diputados aprobaba esta semana pasada por unanimidad, cosa extraordinaria, la obligatoriedad de la Filosofía en el currículo educativo. Yo creo que todos los músicos tuvimos, al leer la noticia, un doble sentimiento: alegría y envidia.

La alegría de ver cómo una generación cambia, cómo nuestros políticos empiezan a apostar por una sociedad sensible, que piense, debata y sea crítica a través de una compuerta abierta a la mente estudiando las reflexiones de los filósofos que cambiaron la historia de ver las cosas.

Y la envidia – sana – de percibir cómo, aún así, parece difícil imaginar el mismo titular, ese titular que anunciaba el acuerdo unánime por la filosofía, cambiando esa palabra, “filosofía”, por “música”.

Nos volvemos humanistas pero en el arte debe estar el límite, porque rara vez un gobierno ha apostado por ello. Unos, cuando llegan, deshacen; y los otros, cuando cogen el relevo, siguen con la inercia de un plan educativo sin notas musicales, trazos de pintura o formas esculturales. Ni los modelos volcados en las artes de otros países, ni los modelos incluso de algunos colegios privados españoles, cuyos resultados saltan a la vista, parecen inspirar a los Ministros de Educación que pasan por la corte madrileña.

Señores diputados, ahora que están ustedes un poco más sensibles: ¿podrían otorgar a la música, a la cultura y a las artes un espacio reservado en el currículo educativo?

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