OPINIÓN // Por Mario Mora
Si uno observa con atención cómo los espectáculos del teatro y de la ópera funcionan por separado, se dará cuenta de numerosas diferencias. Más allá del coste de las entradas, que puede ser entendible vista la diferencia de masa de músicos y artistas sobre y bajo el escenario, el trato del propio texto puede ser radicalmente distinto.img_0057

Los directores de teatro se atreven a tergiversar el drama original ambientándolo de manera distinta, incluyendo canciones, inventando textos, saltándose capítulos o añadiendo apartes que puedan incluso relacionar la trama teatral con la actualidad. En las últimas semanas hemos podido disfrutar de un Ricardo III de Shakespeare con chistes y gracias entre muerte y muerte, o de un Fuenteovejuna cuya trama tenía que ver más con el contexto de la escenografía que con la propia obra. Y todo ello en una institución tan respetable y valorada como el Teatro Español de Madrid.

¿Nos imaginamos esto mismo aplicado a la ópera? ¿Un Director que se atreva a variar el texto del libreto o de la música? ¿O que sea lo suficientemente bravo de incluir o quitar una escena? ¿O quizá añadirle unas notas a esa frase para que nos recuerden a esa melodía popular que tanto se está cantando ahora en los bares…? Sería inimaginable, por supuesto. Y si hubiese algún atrevido, sería acusado, condenado y degollado por la más alta inquisición musical.

No seré yo el que diga cuál de las dos técnicas es la mejor, porque hay muchísimo que debatir sobre ello. Pero déjenme ser resultadista por un día: El teatro está repleto de jóvenes entusiastas y ‘culturetas’ que van a ver esa conocida obra con la curiosidad y la emoción del que no sabe lo que va a pasar. La ópera está llena de… bueno, ya lo saben ustedes.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here